Mi pequeño ángel
Estoy aquí sentada en la cama y
miro el techo de zinc. Ese techo que habíamos pensado cambiar: ya tenemos
algunas cabillas, pero no se consiguen y están muy caras, igual que
el cemento. El Sr. Erasmo, de la ferretería, siempre avisa cuando
llegan los materiales, pero solo podemos comprar unas pocas cabillas y un saco
de cemento. El problema es que cuando hay material no tenemos el
dinero, y cuando disponemos de alguno no hay cabillas ni cemento.Ahora observo
el hueco, precisamente sobre la cama.
Recuerdo con claridad ese día: habías comido,
una sonrisa se dibujó en tu rostro y cuando te puse en la cama extendiste
tus dos brazos y me rodearon el cuello. Fue esa la despedida? Me miraste con
una mirada apacible, dulce, serena y luego te quedaste dormido. Dormías
plácidamente, mi corazón se llenó de ternura, amor, dando gracias a Dios por
haberme dado este regalo.
Ese día se escucharon cuatro
disparos. No nos extrañó porque todas las semanas se escuchan tiros. En
otra oportunidad encontramos dos balas perdidas.
Otra vez los benditos muchachos.
Son los hijos de la señora María la que vive abajo, y el hijo de la
señora Luisa, que vive en la parte de arriba. Yo no entiendo por qué ese
pleito. Se creen unos héroes con sus pistolas. ¡O que son unos
vaqueros!
Me encontraba en el frente de la
casa con mi hermana, mientras tú estabas dormido en el
cuarto junto con Isabel, la vecina de doce años.
De repente, escuchamos que
algo cayó en el techo y de inmediato tu llanto. Cuando Isabel salió contigo en
brazos, estabas botando mucha sangre por la cabeza. Te
miré horrorizada, corrimos a un hospital, luego al otro. No cesabas de
llorar, pero no había nada que hacer.
Una bala perdida. De tantas balas
perdidas precisamente ¿esa tenía que alcanzarte? No me canso de mirar el hueco en el techo de la bala que llegó directo
a tu cabeza.
En la sala de la casa te
velamos. Te pusieron en un ataúd blanco, había flores y globos
celestes y blancos. Los vecinos han sido muy solidarios, hubo mucho
llanto el día de tu entierro. Pero yo no podía llorar. Desde ese
día, tan horrible para mí, he sentido un dolor inmenso, una
angustia, el corazón lo tengo como paralizado. A veces me
culpo por no haber estado a tu lado en ese momento.
Recuerdo el día en que supe que
estaba embarazada, sentí una alegría extraordinaria. El parto fue muy
fácil y luego cuando naciste lo sentí como un milagro. ¡Mi niño, mi bebé
tan deseado y tan amado! Llorabas muy poco en las noches, aprendí a conocer
cuándo tenías hambre, te rascabas una oreja, esa era la señal. Cuando te veía
dormido, pensaba cómo sería tu primer día en la escuela,
tu salida del colegio, tu entrada
al bachillerato, cuando fueras a la universidad. Sentía ternura al
pensar en la primera novia, en tu futura esposa, en tus hijos, mis nietos.
¡Tantos sueños, tantas esperanzas! Nunca imaginé que iba a enterrar
a mi propio hijo, a mi Lixander adorado. Y me pregunto ¿por qué tenía que
morir ese inocente?
Los primeros días tuve una
rabia intolerable, ahora tengo una pena inquietante. Además, de
esos muchachos ya mataron a dos en un enfrentamiento. La señora María
está muy adolorida, ayer nos cruzamos la mirada, ella, avergonzada, bajó los
ojos. La miré con compasión, quise acercarme, pero ella siguió de
largo.
La vida te reservó una muerte cruel
e injusta, truncó tu deseo de vivir.
Ya han pasado 37 días ¡Me han
parecidos años! Siento como una tenaza en mi corazón, es como si el
mundo se hubiera detenido.
Aquí paso
los días haciéndome una y otra vez las mismas preguntas: ¿Por qué
tiene que morir un inocente? ¿Por qué esa bala perdida tenía que llegar justo a
tu cabeza?
Hoy miro el techo:
ese hueco, no puedo dejar de verlo, las lagrimas empiezan a correr,
estallo en llanto, lloro por largas horas, acariciando tu monito
azul.
Siento el abrir de una puerta.
Llegó mi otro hijo, Manuel, de cuatro años, que pasó estos
días con la abuela. Me ve llorar y me abraza suavemente sin decir nada.
Siento que mi corazón se
descongela.
Abrazo a Manuel y una ola de
esperanza me abarca, le sonrío entre lágrimas y susurro: ¿Vamos a
merendar?
¡Gracias, Lixander
por haber nacido y haberme dado esa alegría! ¡Te llevaré en mi corazón!
Deanna Albano
Carta dedicada a
Yuruanis Márquez, de 22 años, madre de Lixander
Márquez, un bebé de sólo 50 días, quien murió el 16 de Enero de
2013, impactado por una bala perdida, en el barrio José Alí Lebrún
de Maracaibo.
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