martes, 21 de mayo de 2013

Carta a un pequeño angel

                                                             (Foto: Juan Guerrero)
Mi pequeño ángel
Estoy aquí sentada en la cama y miro el techo de zinc. Ese techo que habíamos pensado cambiar: ya tenemos  algunas cabillas, pero no se consiguen y  están muy caras, igual que el cemento.  El Sr. Erasmo, de la ferretería, siempre avisa  cuando llegan los materiales, pero solo podemos comprar unas pocas cabillas y un saco de cemento. El problema es que  cuando hay material  no tenemos el dinero, y cuando disponemos de alguno  no hay cabillas ni cemento.Ahora observo el hueco, precisamente sobre la cama.
 Recuerdo con claridad ese día: habías comido, una sonrisa  se dibujó en tu rostro y cuando te puse en la cama extendiste tus dos brazos y me rodearon el cuello. Fue esa la despedida? Me miraste con una mirada apacible, dulce, serena y luego te quedaste dormido. Dormías plácidamente, mi corazón se llenó de ternura, amor, dando gracias a Dios por haberme dado este regalo.
Ese día se escucharon cuatro disparos. No nos extrañó porque todas las semanas se escuchan tiros.  En otra oportunidad encontramos dos balas perdidas.
 Otra vez los benditos muchachos. Son los hijos de la señora María la que vive abajo, y  el hijo de la señora Luisa,  que vive en la parte de arriba. Yo no entiendo por qué ese pleito. Se creen unos héroes con sus pistolas.  ¡O que son unos vaqueros!
Me encontraba en el frente de la casa con mi hermana, mientras  tú estabas   dormido en el cuarto junto con  Isabel,  la vecina de doce años.
De repente, escuchamos que algo cayó en el techo y de inmediato tu llanto.  Cuando  Isabel   salió  contigo en brazos,   estabas botando mucha sangre por la cabeza.   Te miré horrorizada, corrimos  a un hospital, luego al otro. No cesabas de llorar,  pero no había nada que hacer.
Una bala perdida. De tantas balas perdidas precisamente ¿esa tenía que alcanzarte? No me canso de mirar el hueco  en el techo de  la bala que llegó directo a tu cabeza.
En la sala de la casa  te velamos. Te pusieron en un ataúd blanco, había flores y globos celestes y blancos.   Los vecinos han sido muy solidarios, hubo mucho llanto  el día de tu entierro. Pero  yo no podía llorar. Desde ese día,  tan horrible  para mí,  he sentido un dolor inmenso, una angustia,   el corazón lo tengo como paralizado.  A veces me culpo por no haber estado a tu lado en ese momento.
Recuerdo el día en que supe que estaba embarazada, sentí una alegría extraordinaria.  El parto fue muy fácil  y luego cuando naciste lo sentí como un milagro. ¡Mi niño, mi bebé tan deseado y tan amado! Llorabas muy poco en las noches, aprendí a conocer cuándo tenías hambre, te rascabas una oreja, esa era la señal. Cuando te veía dormido, pensaba cómo sería tu primer día en la escuela,
tu salida del colegio, tu entrada al bachillerato, cuando fueras a la universidad.  Sentía ternura al pensar en la primera novia, en tu futura esposa, en tus hijos, mis nietos. ¡Tantos sueños,  tantas esperanzas! Nunca imaginé que iba a enterrar a mi propio hijo, a mi Lixander adorado. Y me pregunto ¿por qué  tenía que morir ese inocente?
Los primeros  días tuve una rabia intolerable, ahora tengo  una pena inquietante.  Además, de esos muchachos ya mataron a dos  en un enfrentamiento. La señora María está muy adolorida, ayer nos cruzamos la mirada, ella, avergonzada, bajó los ojos.  La miré con compasión, quise  acercarme, pero ella siguió de largo.
La vida te reservó una muerte cruel e injusta, truncó tu deseo de vivir.
Ya han pasado 37 días ¡Me han parecidos años! Siento como una tenaza  en mi corazón,  es como si el mundo se hubiera detenido.
Aquí paso los días haciéndome una y otra vez las mismas preguntas: ¿Por qué tiene que morir un inocente? ¿Por qué esa bala perdida tenía que llegar justo a tu cabeza?
 Hoy  miro el techo: ese  hueco, no puedo dejar de verlo,  las lagrimas empiezan a correr, estallo en  llanto,  lloro por largas horas, acariciando tu monito azul.
Siento el abrir de una puerta. Llegó mi otro hijo,  Manuel,  de cuatro años, que pasó estos días con la abuela. Me ve llorar y me abraza  suavemente sin decir nada.
Siento que mi corazón se descongela.
Abrazo a Manuel y una ola de esperanza  me abarca, le sonrío entre lágrimas y susurro: ¿Vamos a merendar?
 ¡Gracias, Lixander  por haber nacido y haberme dado esa alegría! ¡Te llevaré en mi corazón!
  Deanna Albano

Carta dedicada  a  Yuruanis Márquez,  de 22 años,  madre de  Lixander Márquez, un bebé de sólo   50 días, quien murió el 16 de Enero de 2013, impactado por una bala perdida, en el  barrio  José Alí Lebrún de  Maracaibo.

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