Los niños y niñas que acompañan a sus madres internas en el Instituto Nacional de Orientación Femenina (Inof), en esta ciudad, aprenden los números de manera muy particular. Cada vez que la custodia entra al pabellón a contar a la población -una de las rutinas diarias de cualquier recinto penal- los pequeños y pequeñas imitan a sus madres: pegan sus espalditas contra la pared, en fila, y gritan: "Uno, dos, tres...". Si la encargada de "pasar número" llega para cumplir con su tarea, y la madre está distraída, el hijo le advierte: "¡Mami, mami, número...!".
La posibilidad de que los niños y niñas vivan con sus madres en prisión es casi universal. La socióloga Carla Serrano, especialista en Derecho de Familia y el Niño, y coautora de Los derechos de los niños y niñas hijos de madres privadas de libertad, investigación del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Ucab, señaló que son pocos los países que no lo permiten, aunque las edades de acompañamiento oscilan entre meses, tres años -caso venezolano-, siete años, y todo el tiempo de permanencia de la madre en prisión, como ocurre en Bolivia.
Refiere que la situación es muy compleja. De una parte está el derecho del Estado de sancionar a la mujer que comete un delito, y de la otra los derechos de protección de la maternidad y los del niño de no ser separado de su madre. "El debate es internacional. El Comité Europeo sobre Asuntos Sociales, Familiares y de Salud concluyó que mantener a un bebé en prisión es desaconsejable, pero la separación es perjudicial". En el caso de Venezuela, señala que ante el abandono físico, moral e institucional del sistema penitenciario "es de esperarse una situación de gravedad para los derechos de los niños".
(Últimas Noticias, pp. 15, 03/04 – Alicia Aguilar/Notiprem)
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