Toda excepcionalidad es incómoda y valiosa
La parentalidad adoptiva es una experiencia de vida concreta, única, con su particular y total especificidad y comúnmente maravillosa para quienes la protagonizamos (niñ@s, familias acogedoras o adoptivas e incluso, en algunos casos, también para las progenitoras y familias de origen)
Nuestra parentalidad sin embargo, ideológica, teórica y doctrinalmente no constituye un tipo de familia o una norma, ni se le representa frecuentemente como una circunstancia deseable per se. Aunque, eventualmente quienes no la viven personalmente, alaben su nobleza y se le catalogue como institución social y como una necesaria medida de protección para el niño o la niña que la amerita.
A la adopción se le define y se le pretende mantener conceptualmente, como una circunstancia totalmente “excepcional”. Y aún hoy, injustamente, se le endilga con frecuencia el calificativo de “último recurso”. Aunque, claro está, quienes viven de cerca o en su propia piel la adopción, saben bien que para el niño que se beneficia de ella, la adopción representa efectivamente la mejor vida posible que se le pueda brindar.
Lo cierto es que, en cada adopción se conjuga felizmente, el encuentro y complementariedad, entre el derecho efectivamente vulnerado de un niño, una niña o un adolescente a tener, crecer y vivir con SU familia y, la capacidad de la sociedad, de esa comunidad concreta, a través de algunos de sus miembros para hacerse, amorosa y efectivamente LA familia de ese niño o de esa niña. Hacerse cargo de manera absoluta, permanente y definitiva y reparar así ese daño real y más aún, detener o moderar el enorme daño potencial, que trae como consecuencia la desvinculación, el abandono y/o la institucionalización.
Es así como, una realidad de vida concreta y feliz; social y legalmente instituida y con una importante tradición en la cultura de nuestras sociedades, es tenida como “excepcional” desde el punto de vista normativo. De allí que se la trate todavía muchas veces con reservas, en voz baja, como un tabú.
En este sentido, es necesario comprender que entre toda “excepcionalidad” y toda “norma”, existe siempre una tensión. Aunque en realidad no existan jamás la una sin la otra, y la verdad es que están allí para contrastarse e identificarse mutuamente. Como dice el dicho: “la excepción que confirma la regla”.
Ahora bien, si lo apreciamos desde nuestro peculiar punto de vista como familias adoptivas, perfectamente podríamos decir: “He allí la regla que se empecina en pretende negar o desconocer su propia excepción.
Pero a las familias adoptivas, nos toca asumir y vivir nuestra atipicidad, nuestra rareza, no como una carga o una molesta diferencia, sino como una riqueza sin igual, como nuestra exclusiva responsabilidad, como nuestro privilegio, como nuestra peculiar historia de vida. No olvidemos, que no por casualidad, las cosas raras (en tanto escazas) suelen ser también muy valiosas. Llámese oro, diamantes, eclipses, obras inéditas de autores famosos, especies extintas, etc.
“Sin sombra no hay luz”
La adopción es como una hoja, tiene su ves y su envés. Muy a pesar de las circunstancias humanas y sociales de donde se origina pertinente y oportunamente su aplicación, toda adopción es buena, porque resuelve, porque repara, porque construye familia. Y toda sociedad, todo país, debería estar orgulloso de poder adoptar niños y niñas. Así como las buenas personas, no necesariamente son aquellas impolutas que jamás se equivocaron, sino precisamente aquellas que son capaces de sobreponerse a sus errores y equivocaciones. “Errar es humano, enmendar es de dioses”
La realidad del abandono, la aparición extensa y globlal del fenómeno de los niños de la calle, la orfandad masiva, producto de epidemias como el VIH en todo el continente africano, son circunstancias que han hecho que el derecho a vivir en familia o a la convivencia familiar y comunitaria, pase a ser una prioridad de interés público y que se haya descubierto que la familia, junto con el amor y contención que ella brinda a sus hijos, son un bien insustituible, del que se priva a demasiados y que si bien pertenece tradicionalmente al ámbito del derecho privado, ha pasado a ser un bien absolutamente de interés público.
Y en tanto, todos estos miles o millones de niños y niñas son apreciados como sujetos de derechos y son reconocidos en la justa magnitud que significan en y para cada sociedad, nos encontramos que a la par, surgen o se configuran formas de solidaridad y de amor, tales como las familias acogedoras, de paso , de acogida y/o adoptivas, las cuales terminan por constituir socialmente también, agregados sociales y estadísticos que fácilmente pueden asumir su propia identidad, en función del rol social que desempeñamos y en el cual, somos ciertamente un recurso valioso para todos los miembros de la sociedad, Porque todas y todos nos beneficiamos del amor, de la prevención del daño, de la amorosa aceptación del complejo equipaje que significa cada adopción y la reparación emocional que reclama la historia de vida de cada niño o niña adoptados..
Las familias acogedoras y familias adoptivas somos y podremos ser siempre, el mejor instrumento del que dispone y dispondrá nuestra sociedad, para r resarcir el daños del abandono, de la desvinculación, para brindarle protección integral e integridad como seres humanos, a todos los niños y niñas que de otro modo, crecerían sin conocer o acceder jamás al pleno disfrute de su derecho a vivir con SU familia.
“Todo es según el cristal con que se mire”
Las familias adoptivas o familias de corazón tenemos un cristal único para ver la realidad de los niños, niñas y adolescentes y esta visión, la ponemos al servicio de toda la sociedad
La forma como las familias de corazón nos conectamos vivencial y emocionalmente con la realidad de vida de los niños, niñas y adolescentes privados de cuidados parentales, es absolutamente particular, sencillamente extraordinaria. Toda familia de corazón, todo papá, toda mamá, tiene la propia y particular visión que viene determinada por el hecho que, una vez que alguien como nosotros ha decidido acoger o adoptar, automáticamente, cualquier niño o cualquier niña puede ser nuestro hijo o nuestra hija y en consecuencia, también, cualquiera de nuestros hijos, pudo o podría ser, uno o una de esos niños y niñas abandonadas, de la calle, sin familia o institucionalizados. Gracias a la adopción, soñar es posible para muchos niños y niñas como nuestros hijos.
¿Qué valor agregamos? ¿Qué valor queremos y podemos agregar a la sociedad?
El poder de nuestra especificidad, de nuestro testimonio de vida, de nuestro carisma espiritual, nos coloca en una posición ventajosa y privilegiada a la hora de contar y disponer de un potencial humano, capaz de incidir de manera especial en la formación y progresiva construcción de nuevos hábitos amorosos en nuestra sociedad, en nuestra cultura. Constituimos, aunque a veces pueda hasta ruborizarnos, o suene grandilocuente, una evidencia viva del poder y del alcance del amor humano.
¿Qué valor agregamos en nuestro quehacer diario? El valor no es sólo uno, pero probablemente, el más importante valor agregado por nuestras familias, sea esencialmente espiritual, intangible, inspiracional, en torno a conceptos y ámbitos claves y estratégicos para el desarrollo de la sociedad, de su humanización, como son: la dignidad humana, la justicia, la equidad, la tolerancia, la aceptación del Otro, la aceptación de las diferencias, los derechos humanos, la familia y la construcción de ciudadanía. De allí que nuestra capacidad de incidir públicamente, siempre estará signada, independientemente de la agenda que se discuta o de la coyuntura específicas, por el sentido humano y humanizante de lo que nosotros vivimos.
Una identidad gozosa
“Sólo podemos dar de lo que somos. Sólo podemos dar lo mejor de nosotros mismos”
Existe una identidad de familias de corazón y es que muchas hemos crecido a partir del dolor, del duelo de la infertilidad biológica, lo cual involucra que hemos crecido emocionalmente al abrirnos a una forma de paternidad o de maternidad, que necesariamente está más allá del amor o del deber natural de amar de un genitor o una genitora. Por mucho que nos agrade ser y decir que somos como cualquiera o como todos, somos irrepetiblemente nosotros mismos. Como decía Ortega y Gacette: “somos nosotros y nuestras circunstancias” Queramos o no, nos distingue a todos quienes participamos de la adopción, una historia de vida diferente a la de los demás. No necesariamente, ni mejor ni peor, pero sí diferente. Tan sencillo, como el hecho de que, no se nos puede medir o evaluar, nuestras actitudes, conductas y disposiciones, a partir de los mismos supuestos del común de nuestros conciudadanos y conciudadanas.
Esta identidad es la que nos hace particularmente valorar el encuentro con nuestros propios pares, con nuestros congéneres. Tejemos fácilmente redes, con espíritu de cuerpo, con alto sentido espiritual y emocional, en tanto podríamos decir que somos una comunidad que comparte la profunda vivencia del agradecimiento a la vida, a Dios, a una de las instituciones más nobles de la humanidad como es la adopción, que nos han permitido ser padres de corazón y dar testimonio de vida.
El agradecimiento que vivimos gozosamente, nos da paz, nos hace también ser humildes, mantenernos abiertos, alegres, expectantes, amorosos. Eso significa, literalmente, estar en estado de gracia.
En el caso – por ejemplo- de una experiencia concreta como es la red virtual y la experiencia física de los Encuentros que vivimos en Venezuela y probablemente también en Brasil, la comunidad de familias se orienta, en medio ese estado de gracia, a devolver a otros con creces, esos favores, ese agradecimiento vital, por medio de un apoyo, de un servicio amoroso a las demás personas. Normalmente, acompañando a aquellas personas que recién se inician en el mundo de la adopción o dan tímidamente sus primeros pasos hacia ella. Creando de esta manera, todo un sistema de apoyo, un colectivo, permanentemente abierto a dar lo mejor de sí mismo.
A manera de cierre, nos preguntamos entonces: ¿Tenemos las familias adoptivas o los grupos de apoyo a la adopción, alguna grata y trascendente misión que cumplir en la sociedad?
De seguro, en nuestro próximo ENAPA tendremos ocasión de identificar o descubrir juntos, algunas cosas buenas que tenemos la responsabilidad de trasmitir al resto del mundo.
José Gregorio Fernández Barreto
Papá adoptivo de dos niños, sociólogo
y director de PROADOPCION
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