Inicio » Tema del Día, Nacionales, Investigación, Judiciales y Seguridad
Alejandro Moreno: Tienen menos de 25 años y la impunidad los fortalece
En el país hay una subcultura de malandros para quienes matar da prestigio y poder
El psicólogo, director del Centro de Investigaciones
Populares, teme que esos grupos de muchachos entren en conexión unos con
otros y se conviertan en un poder. Asegura que no se puede intentar
explicar la violencia criminal solo con el argumento de la pobreza y la
exclusión
La discusión sobre la violencia criminal en Venezuela encuentra a
Alejandro Moreno en su oficina y con sus armas en la mano, listas para
ser desenfundadas. Armas que no son pistolas ni subametralladoras, sino
libros, ideas, estudios y razonamientos. Y en su oficina en Caracas,
este psicólogo, filósofo y teólogo, fundador y director del Centro de
Investigaciones Populares, dispara argumentos -en conversación con el
Correo del Orinoco- que pueden ser tan duros como proyectiles y que
tienen como blanco a la sociedad, el Gobierno y el Estado.
Moreno alerta que las bandas de muchachos de no más de 25 años de
edad se han convertido en una subcultura de hombres dispuestos a matar
porque matar es poder y es un acto placentero para ellos.
Aun cuando considera que se puede hablar de crímenes atroces, señala
que el asesinato de la actriz Mónica Spear y de su esposo, Thomas Berry,
que ha levantado una polvareda nacional e internacional, “no es de lo
más atroces; más bien es casi común”, porque los delincuentes
“interfieren el desplazamiento de un vehículo y disparan”. Eso “está
sucediendo abundantemente”, y según sus estimaciones, se volvió
cotidiano desde hace cuatro o cinco años; el año 2013 “ha sido muy
abundante en esto, lo que me hace temer que 2014 puede ser peor”.
Su preocupación es evidente al analizar que “hemos entrado en una
espiral de lo que yo llamo los crímenes sin suficiente motivación. Hay
crímenes con motivación banal: le dieron un pisotón, sacó la pistola y
disparó”. Es “una motivación banal y perversa, porque por supuesto que
ninguna motivación es justa en este caso, pero hay los que no tienen
motivación, y lo que estamos descubriendo es que disparan y matan por
matar”.
Con base en su conocimiento, advierte que se está formando “un grupo
humano, con su propio mundo de vida, al margen de la forma de vida y del
mundo de vida de la sociedad”, ya que “desarrolla sus propios valores,
desarrolla sus propia manera de entender la realidad y de reaccionar
ante ella, de buscarse los bienes”. Maneras que están “completamente
fuera de lo aceptado en la convivencia social de la gente”.
Moreno ya lo había enunciado en la investigación Y salimos a matar
gente: “El delincuente estructural ha convertido la violencia en su
forma de vida, en una forma de vida”. Pero en ese momento lo había
analizado como un fenómeno de los sujetos: “No se nos había presentado
todavía como un fenómeno grupal”.
Aclara que son “grupos de panas”, que tienen “cierta jerarquía de
prestigio”. Y asegura que es una subcultura, entendida como “la manera
que tiene un grupo humano de habérselas con la humanidad”. Un grupo se
comunica con otro, “y tienen la misma forma de vivir la vida”.
Moreno precisa que estos delincuentes violentos no son enfermos ni
tienen daño cerebral o psicológico de por sí, pero sí están en una
subcultura y tienen libertad de decisión. Va aún más allá: Esas personas
“saben lo que hacen, quieren lo que hacen y lo comparten todos. Todos
tienen el mismo punto de vista”. Por ahora, analiza, “son grupos
aislados”, pero “en el futuro pueden conectarse y se pueden convertir en
un poder”.
A FUEGO LENTO
El investigador sostiene que esa subcultura “se ha ido formando
lentamente”, debido -entre otras razones- a la práctica de la violencia
sin consecuencias “o con consecuencias banales”. Toma el ejemplo de la
banda que asesinó a Spear y a su esposo: cuerpos de seguridad dijeron
que la habían desintegrado varias veces, lo que Moreno critica porque
“una banda se la desintegra una sola vez si eres policía y si eres el
Estado”. El desorden “favorece que actúes libremente, jugando con los
distintos desórdenes”, reprocha.
“Cuando un acontecimiento social como este se deja a su libre
desarrollo, se desarrolla y se amplía”, advierte, “y va captando a
otros. Por eso es peligrosísimo”.
Todo empieza por las prácticas: “atracas, en pequeños grupos o en
conexión con otros compinches y no tiene consecuencias. Entonces te
afirmas en lo que estás haciendo y te afirmas en la manera de entender y
de pensar. Empiezas a pensar que las cosas son así, que hay una forma
natural de hacer las cosas así; que es lícito, que es normal hacerlo”.
Así se forma “una mentalidad, una manera de ver que acaba por
convertirse en una subcultura. ‘Yo soy así’. De unos años para acá han
empezado a jactarse. Es más: pertenecer a esa cultura se convierte en un
logro, se convierte en motivo de orgullo”. Ahora es, no una postura
individual, sino una posición de grupo.
La vida humana merece, para la sociedad, un gran respeto. No así para
los integrantes de esta subcultura. Ser malandro es “tener poder, y
tener poder quiere decir tener todas las jevas que yo quiera, tener todo
el dinero que yo quiera, tener el dominio de todos los que yo quiera”,
describe. Los estudios de Moreno revelan que la gran motivación de estos
delincuentes es imponer el ser respetados. “¿Cómo ven la vida? La vida
como poder”.
-¿Y cómo ven la vida del otro, a quien se la quitan?
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Alejandro Moreno: Tienen menos de 25 años y la impunidad los fortalece
En el país hay una subcultura de malandros para quienes matar da prestigio y poder
El psicólogo, director del Centro de Investigaciones
Populares, teme que esos grupos de muchachos entren en conexión unos con
otros y se conviertan en un poder. Asegura que no se puede intentar
explicar la violencia criminal solo con el argumento de la pobreza y la
exclusión
La discusión sobre la violencia criminal en Venezuela encuentra a
Alejandro Moreno en su oficina y con sus armas en la mano, listas para
ser desenfundadas. Armas que no son pistolas ni subametralladoras, sino
libros, ideas, estudios y razonamientos. Y en su oficina en Caracas,
este psicólogo, filósofo y teólogo, fundador y director del Centro de
Investigaciones Populares, dispara argumentos -en conversación con el
Correo del Orinoco- que pueden ser tan duros como proyectiles y que
tienen como blanco a la sociedad, el Gobierno y el Estado.
Moreno alerta que las bandas de muchachos de no más de 25 años de
edad se han convertido en una subcultura de hombres dispuestos a matar
porque matar es poder y es un acto placentero para ellos.
Aun cuando considera que se puede hablar de crímenes atroces, señala
que el asesinato de la actriz Mónica Spear y de su esposo, Thomas Berry,
que ha levantado una polvareda nacional e internacional, “no es de lo
más atroces; más bien es casi común”, porque los delincuentes
“interfieren el desplazamiento de un vehículo y disparan”. Eso “está
sucediendo abundantemente”, y según sus estimaciones, se volvió
cotidiano desde hace cuatro o cinco años; el año 2013 “ha sido muy
abundante en esto, lo que me hace temer que 2014 puede ser peor”.
Su preocupación es evidente al analizar que “hemos entrado en una
espiral de lo que yo llamo los crímenes sin suficiente motivación. Hay
crímenes con motivación banal: le dieron un pisotón, sacó la pistola y
disparó”. Es “una motivación banal y perversa, porque por supuesto que
ninguna motivación es justa en este caso, pero hay los que no tienen
motivación, y lo que estamos descubriendo es que disparan y matan por
matar”.
Con base en su conocimiento, advierte que se está formando “un grupo
humano, con su propio mundo de vida, al margen de la forma de vida y del
mundo de vida de la sociedad”, ya que “desarrolla sus propios valores,
desarrolla sus propia manera de entender la realidad y de reaccionar
ante ella, de buscarse los bienes”. Maneras que están “completamente
fuera de lo aceptado en la convivencia social de la gente”.
Moreno ya lo había enunciado en la investigación Y salimos a matar
gente: “El delincuente estructural ha convertido la violencia en su
forma de vida, en una forma de vida”. Pero en ese momento lo había
analizado como un fenómeno de los sujetos: “No se nos había presentado
todavía como un fenómeno grupal”.
Aclara que son “grupos de panas”, que tienen “cierta jerarquía de
prestigio”. Y asegura que es una subcultura, entendida como “la manera
que tiene un grupo humano de habérselas con la humanidad”. Un grupo se
comunica con otro, “y tienen la misma forma de vivir la vida”.
Moreno precisa que estos delincuentes violentos no son enfermos ni
tienen daño cerebral o psicológico de por sí, pero sí están en una
subcultura y tienen libertad de decisión. Va aún más allá: Esas personas
“saben lo que hacen, quieren lo que hacen y lo comparten todos. Todos
tienen el mismo punto de vista”. Por ahora, analiza, “son grupos
aislados”, pero “en el futuro pueden conectarse y se pueden convertir en
un poder”.
A FUEGO LENTO
El investigador sostiene que esa subcultura “se ha ido formando
lentamente”, debido -entre otras razones- a la práctica de la violencia
sin consecuencias “o con consecuencias banales”. Toma el ejemplo de la
banda que asesinó a Spear y a su esposo: cuerpos de seguridad dijeron
que la habían desintegrado varias veces, lo que Moreno critica porque
“una banda se la desintegra una sola vez si eres policía y si eres el
Estado”. El desorden “favorece que actúes libremente, jugando con los
distintos desórdenes”, reprocha.
“Cuando un acontecimiento social como este se deja a su libre
desarrollo, se desarrolla y se amplía”, advierte, “y va captando a
otros. Por eso es peligrosísimo”.
Todo empieza por las prácticas: “atracas, en pequeños grupos o en
conexión con otros compinches y no tiene consecuencias. Entonces te
afirmas en lo que estás haciendo y te afirmas en la manera de entender y
de pensar. Empiezas a pensar que las cosas son así, que hay una forma
natural de hacer las cosas así; que es lícito, que es normal hacerlo”.
Así se forma “una mentalidad, una manera de ver que acaba por
convertirse en una subcultura. ‘Yo soy así’. De unos años para acá han
empezado a jactarse. Es más: pertenecer a esa cultura se convierte en un
logro, se convierte en motivo de orgullo”. Ahora es, no una postura
individual, sino una posición de grupo.
La vida humana merece, para la sociedad, un gran respeto. No así para
los integrantes de esta subcultura. Ser malandro es “tener poder, y
tener poder quiere decir tener todas las jevas que yo quiera, tener todo
el dinero que yo quiera, tener el dominio de todos los que yo quiera”,
describe. Los estudios de Moreno revelan que la gran motivación de estos
delincuentes es imponer el ser respetados. “¿Cómo ven la vida? La vida
como poder”.
-¿Y cómo ven la vida del otro, a quien se la quitan?
-Si tienes poder, la vida del otro está sometida a tu poder. En
sentir que tienes poder. Eso lo decía Alfredo, uno de los sujetos
nuestros, y en los otros también se nota eso como gran motivación: el
tener poder.
-¿Eso los lleva a matar?
-Claro. ¿Qué mayor poder que ser dueño de la vida y de la muerte de
otro? A uno le cuesta mucho pensar que haya gente de esta manera, pero
cuando se convierte en una manera común de entender, y compartida, pues
parece normal. Y ni siquiera se plantean la pregunta.
-¿No hay conflicto ético?
-No. Quizá al principio. Uno de los sujetos con los que trabajamos
nos dijo: “La primera noche, con el primero que yo maté, no dormí”. Pero
más que conflicto ético, es miedo, por la superstición de que “me va a
salir el muerto”.
Matar se convierte, para ellos, en algo normal. Moreno cuenta que en
la carretera vieja Petare-Guarenas, en diciembre pasado, personas que
esperaban el autobús fueron ametralladas. “Es matar a cualquiera, es
matar por matar. Es tremendamente preocupante y se está convirtiendo en
un valor en esa subcultura, porque da prestigio, porque da poder y
produce placer”.
LAS CAUSAS
El investigador es muy crítico de la actuación del Gobierno y del
Estado para atender este fenómeno. Cita a uno de los muchachos que
analizó en sus trabajos: “Tenía 17 años (con cinco o seis asesinatos),
cae preso con otro de 21 que tenía 13 muertos. A este lo llevan al
Rodeo, a los tres meses sale. El muchacho de 17 años se escapa del
centro juvenil donde estaba recluido y dice, tan tranquilo: ‘Seguimos
matando gente”.
Hay, acusa, “una impunidad que viene de la justicia”, hasta el punto
de que “los malandros han aprendido a tener un fondo de dinero para
cuando caigan presos”.
Su experiencia con algunos cuerpos policiales cuando detienen a un
malandro dista mucho de ser buena: “A una persona le dan vuelta y vuelta
hasta que pague. Los primeros que inventaron, a mi parecer, el
secuestro exprés son los policías, con el ruleteo para que les paguen”.
A su juicio, “en todos los gobiernos hubo lenidad y no hubo
compromiso, pero en este gobierno no ha habido ninguno. En estos años ha
sido desastroso, por unas razones supuestamente teóricas: Porque dicen
que son víctimas de la sociedad, son pobrecitos, son del pueblo. Pero yo
creo que hay que saber distinguir; no se puede analizar una realidad
como esta con ligereza y sin una profundidad de análisis”. No se trata
de tener “una ideología de catecismo”, resume.
-¿No son víctimas de la sociedad?
-También, pero eso es un factor más. Lo que hemos encontrado en
nuestras investigaciones es que no tiene nada que ver la pobreza de
origen con su conducta criminal, lo cual no quiere decir que la pobreza
no sea un ambiente en el cual se pueden fomentar ciertas cosas, porque
establece límites, cierra posibilidades; más que la pobreza personal, la
pobreza ambiental. Pero no hay una relación directa, porque si no,
todos los pobres serían malandros. Y desde el punto de vista ideológico,
si tú eres de izquierda y estás diciendo que es por la pobreza, estás
acusando a todos los pobres. La ideología ahí a veces juega al revés.
EL MODELAJE
Moreno opina que también ha influido la relación entre
Gobierno-oposición, especialmente “por las autoridades de mayor
prestigio” que “han atacado de palabra, pero de una manera sumamente
violenta, han mostrado públicamente la violencia” con palabras y gestos.
“La psicología social nos ha enseñado muy bien que la mayoría de las
conductas se aprenden por el modelaje” y que “las personas de mayor
prestigio: un futbolista, un gran artista, un literato de importancia,
un presidente, un gobernador, son las que tienen mayor probabilidad de
que sus conductas sean reproducidas”.
Puntualiza, no obstante, que esta reproducción “nunca es exacta” ni
una copia al carbón, sino el resultado de un procesamiento. “Si muestras
que puedes agredir al otro sin ninguna consecuencia”, enseñas que “eso
se puede hacer”. El modelaje “facilita la emisión de conductas, facilita
el aprendizaje de conductas”.
-¿Y la violencia de la exclusión?
-Las masas, que no son dirigentes o élites de los países, siempre han
estado excluidas, y en Venezuela han estado excluidas siempre,
marginadas, pero no había habido esta violencia. La exclusión hay que
eliminarla por justicia, por derechos humanos y por dignidad humana,
pero si vas a verla como fuente, como ambiente donde se da la violencia,
puede ser, pero no es así en todos los lugares. La India, por ejemplo, y
el mismo Haití, son ejemplo de ello. No se puede decir que haya una
relación directa; hay otros factores que son más determinantes.
Moreno recuerda que en los años 80 del siglo XX “teníamos la tasa de
homicidios común, el promedio mundial”, pero ahora, según cifras
oficiales, el país cerró 2013 con una tasa oficial de 39 homicidios por
cada 100 mil habitantes.
-¿Hay un punto de inflexión?
-Los puntos de inflexión son los momentos de desorden social,
político y ético. Primer momento: 1989, con El Caracazo. Después de El
Caracazo inmediatamente subió la tasa y se estabilizó. Otro momento:
1992, dos intentos de golpe. Hay un desorden institucional en sentido
general: institución militar, institución política. Sube la tasa y se
queda. Y luego, en 1998: ahí también hay un cambio completo, y sube.
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Alejandro Moreno: Tienen menos de 25 años y la impunidad los fortalece
En el país hay una subcultura de malandros para quienes matar da prestigio y poder
El psicólogo, director del Centro de Investigaciones
Populares, teme que esos grupos de muchachos entren en conexión unos con
otros y se conviertan en un poder. Asegura que no se puede intentar
explicar la violencia criminal solo con el argumento de la pobreza y la
exclusión
La discusión sobre la violencia criminal en Venezuela encuentra a
Alejandro Moreno en su oficina y con sus armas en la mano, listas para
ser desenfundadas. Armas que no son pistolas ni subametralladoras, sino
libros, ideas, estudios y razonamientos. Y en su oficina en Caracas,
este psicólogo, filósofo y teólogo, fundador y director del Centro de
Investigaciones Populares, dispara argumentos -en conversación con el
Correo del Orinoco- que pueden ser tan duros como proyectiles y que
tienen como blanco a la sociedad, el Gobierno y el Estado.
Moreno alerta que las bandas de muchachos de no más de 25 años de
edad se han convertido en una subcultura de hombres dispuestos a matar
porque matar es poder y es un acto placentero para ellos.
Aun cuando considera que se puede hablar de crímenes atroces, señala
que el asesinato de la actriz Mónica Spear y de su esposo, Thomas Berry,
que ha levantado una polvareda nacional e internacional, “no es de lo
más atroces; más bien es casi común”, porque los delincuentes
“interfieren el desplazamiento de un vehículo y disparan”. Eso “está
sucediendo abundantemente”, y según sus estimaciones, se volvió
cotidiano desde hace cuatro o cinco años; el año 2013 “ha sido muy
abundante en esto, lo que me hace temer que 2014 puede ser peor”.
Su preocupación es evidente al analizar que “hemos entrado en una
espiral de lo que yo llamo los crímenes sin suficiente motivación. Hay
crímenes con motivación banal: le dieron un pisotón, sacó la pistola y
disparó”. Es “una motivación banal y perversa, porque por supuesto que
ninguna motivación es justa en este caso, pero hay los que no tienen
motivación, y lo que estamos descubriendo es que disparan y matan por
matar”.
Con base en su conocimiento, advierte que se está formando “un grupo
humano, con su propio mundo de vida, al margen de la forma de vida y del
mundo de vida de la sociedad”, ya que “desarrolla sus propios valores,
desarrolla sus propia manera de entender la realidad y de reaccionar
ante ella, de buscarse los bienes”. Maneras que están “completamente
fuera de lo aceptado en la convivencia social de la gente”.
Moreno ya lo había enunciado en la investigación Y salimos a matar
gente: “El delincuente estructural ha convertido la violencia en su
forma de vida, en una forma de vida”. Pero en ese momento lo había
analizado como un fenómeno de los sujetos: “No se nos había presentado
todavía como un fenómeno grupal”.
Aclara que son “grupos de panas”, que tienen “cierta jerarquía de
prestigio”. Y asegura que es una subcultura, entendida como “la manera
que tiene un grupo humano de habérselas con la humanidad”. Un grupo se
comunica con otro, “y tienen la misma forma de vivir la vida”.
Moreno precisa que estos delincuentes violentos no son enfermos ni
tienen daño cerebral o psicológico de por sí, pero sí están en una
subcultura y tienen libertad de decisión. Va aún más allá: Esas personas
“saben lo que hacen, quieren lo que hacen y lo comparten todos. Todos
tienen el mismo punto de vista”. Por ahora, analiza, “son grupos
aislados”, pero “en el futuro pueden conectarse y se pueden convertir en
un poder”.
A FUEGO LENTO
El investigador sostiene que esa subcultura “se ha ido formando
lentamente”, debido -entre otras razones- a la práctica de la violencia
sin consecuencias “o con consecuencias banales”. Toma el ejemplo de la
banda que asesinó a Spear y a su esposo: cuerpos de seguridad dijeron
que la habían desintegrado varias veces, lo que Moreno critica porque
“una banda se la desintegra una sola vez si eres policía y si eres el
Estado”. El desorden “favorece que actúes libremente, jugando con los
distintos desórdenes”, reprocha.
“Cuando un acontecimiento social como este se deja a su libre
desarrollo, se desarrolla y se amplía”, advierte, “y va captando a
otros. Por eso es peligrosísimo”.
Todo empieza por las prácticas: “atracas, en pequeños grupos o en
conexión con otros compinches y no tiene consecuencias. Entonces te
afirmas en lo que estás haciendo y te afirmas en la manera de entender y
de pensar. Empiezas a pensar que las cosas son así, que hay una forma
natural de hacer las cosas así; que es lícito, que es normal hacerlo”.
Así se forma “una mentalidad, una manera de ver que acaba por
convertirse en una subcultura. ‘Yo soy así’. De unos años para acá han
empezado a jactarse. Es más: pertenecer a esa cultura se convierte en un
logro, se convierte en motivo de orgullo”. Ahora es, no una postura
individual, sino una posición de grupo.
La vida humana merece, para la sociedad, un gran respeto. No así para
los integrantes de esta subcultura. Ser malandro es “tener poder, y
tener poder quiere decir tener todas las jevas que yo quiera, tener todo
el dinero que yo quiera, tener el dominio de todos los que yo quiera”,
describe. Los estudios de Moreno revelan que la gran motivación de estos
delincuentes es imponer el ser respetados. “¿Cómo ven la vida? La vida
como poder”.
-¿Y cómo ven la vida del otro, a quien se la quitan?
-Si tienes poder, la vida del otro está sometida a tu poder. En
sentir que tienes poder. Eso lo decía Alfredo, uno de los sujetos
nuestros, y en los otros también se nota eso como gran motivación: el
tener poder.
-¿Eso los lleva a matar?
-Claro. ¿Qué mayor poder que ser dueño de la vida y de la muerte de
otro? A uno le cuesta mucho pensar que haya gente de esta manera, pero
cuando se convierte en una manera común de entender, y compartida, pues
parece normal. Y ni siquiera se plantean la pregunta.
-¿No hay conflicto ético?
-No. Quizá al principio. Uno de los sujetos con los que trabajamos
nos dijo: “La primera noche, con el primero que yo maté, no dormí”. Pero
más que conflicto ético, es miedo, por la superstición de que “me va a
salir el muerto”.
Matar se convierte, para ellos, en algo normal. Moreno cuenta que en
la carretera vieja Petare-Guarenas, en diciembre pasado, personas que
esperaban el autobús fueron ametralladas. “Es matar a cualquiera, es
matar por matar. Es tremendamente preocupante y se está convirtiendo en
un valor en esa subcultura, porque da prestigio, porque da poder y
produce placer”.
LAS CAUSAS
El investigador es muy crítico de la actuación del Gobierno y del
Estado para atender este fenómeno. Cita a uno de los muchachos que
analizó en sus trabajos: “Tenía 17 años (con cinco o seis asesinatos),
cae preso con otro de 21 que tenía 13 muertos. A este lo llevan al
Rodeo, a los tres meses sale. El muchacho de 17 años se escapa del
centro juvenil donde estaba recluido y dice, tan tranquilo: ‘Seguimos
matando gente”.
Hay, acusa, “una impunidad que viene de la justicia”, hasta el punto
de que “los malandros han aprendido a tener un fondo de dinero para
cuando caigan presos”.
Su experiencia con algunos cuerpos policiales cuando detienen a un
malandro dista mucho de ser buena: “A una persona le dan vuelta y vuelta
hasta que pague. Los primeros que inventaron, a mi parecer, el
secuestro exprés son los policías, con el ruleteo para que les paguen”.
A su juicio, “en todos los gobiernos hubo lenidad y no hubo
compromiso, pero en este gobierno no ha habido ninguno. En estos años ha
sido desastroso, por unas razones supuestamente teóricas: Porque dicen
que son víctimas de la sociedad, son pobrecitos, son del pueblo. Pero yo
creo que hay que saber distinguir; no se puede analizar una realidad
como esta con ligereza y sin una profundidad de análisis”. No se trata
de tener “una ideología de catecismo”, resume.
-¿No son víctimas de la sociedad?
-También, pero eso es un factor más. Lo que hemos encontrado en
nuestras investigaciones es que no tiene nada que ver la pobreza de
origen con su conducta criminal, lo cual no quiere decir que la pobreza
no sea un ambiente en el cual se pueden fomentar ciertas cosas, porque
establece límites, cierra posibilidades; más que la pobreza personal, la
pobreza ambiental. Pero no hay una relación directa, porque si no,
todos los pobres serían malandros. Y desde el punto de vista ideológico,
si tú eres de izquierda y estás diciendo que es por la pobreza, estás
acusando a todos los pobres. La ideología ahí a veces juega al revés.
EL MODELAJE
Moreno opina que también ha influido la relación entre
Gobierno-oposición, especialmente “por las autoridades de mayor
prestigio” que “han atacado de palabra, pero de una manera sumamente
violenta, han mostrado públicamente la violencia” con palabras y gestos.
“La psicología social nos ha enseñado muy bien que la mayoría de las
conductas se aprenden por el modelaje” y que “las personas de mayor
prestigio: un futbolista, un gran artista, un literato de importancia,
un presidente, un gobernador, son las que tienen mayor probabilidad de
que sus conductas sean reproducidas”.
Puntualiza, no obstante, que esta reproducción “nunca es exacta” ni
una copia al carbón, sino el resultado de un procesamiento. “Si muestras
que puedes agredir al otro sin ninguna consecuencia”, enseñas que “eso
se puede hacer”. El modelaje “facilita la emisión de conductas, facilita
el aprendizaje de conductas”.
-¿Y la violencia de la exclusión?
-Las masas, que no son dirigentes o élites de los países, siempre han
estado excluidas, y en Venezuela han estado excluidas siempre,
marginadas, pero no había habido esta violencia. La exclusión hay que
eliminarla por justicia, por derechos humanos y por dignidad humana,
pero si vas a verla como fuente, como ambiente donde se da la violencia,
puede ser, pero no es así en todos los lugares. La India, por ejemplo, y
el mismo Haití, son ejemplo de ello. No se puede decir que haya una
relación directa; hay otros factores que son más determinantes.
Moreno recuerda que en los años 80 del siglo XX “teníamos la tasa de
homicidios común, el promedio mundial”, pero ahora, según cifras
oficiales, el país cerró 2013 con una tasa oficial de 39 homicidios por
cada 100 mil habitantes.
-¿Hay un punto de inflexión?
-Los puntos de inflexión son los momentos de desorden social,
político y ético. Primer momento: 1989, con El Caracazo. Después de El
Caracazo inmediatamente subió la tasa y se estabilizó. Otro momento:
1992, dos intentos de golpe. Hay un desorden institucional en sentido
general: institución militar, institución política. Sube la tasa y se
queda. Y luego, en 1998: ahí también hay un cambio completo, y sube.
El investigador habla, también, de la “imposibilidad de las
instituciones”, y recalca que los jueces no tienen cómo atender tantos
expedientes. “Es como una culebra que se muerde la cola, es un círculo
vicioso”. Estima, además, que no hay una clara disposición del Gobierno
“de tomar medidas en serio”.
Es verdad, añade, que la violencia “implica a toda la sociedad”, pero
“cada uno hace lo que puede. La iglesia hace lo que puede con
educación”, pero hace falta “un Gobierno que establezca los controles”. A
su juicio, los planes implementados han fracasado. “¿Y voy a creer yo
en otro plan?”, se pregunta.
PROPUESTAS
-¿Qué haría usted ya?
-La base para esto es algo que no se quiere hacer: distribuir el
poder. No a las comunas, que no son poder autónomo, ni los Consejos
Comunales, que no son poder. Me refiero a poder de la comunidad, poder
autónomo de la comunidad.
Asegura: “Si yo tengo una especie de alcalde en mi barrio, con
nombramiento y participación de toda la comunidad, con conexión con el
Estado y con apoyo del Estado” será una forma de prevenir.
Un barrio “es una trama de relaciones”; allí el malandro tiene una
mujer, los primos, los hermanos, los amigos. Esos vínculos sirven, por
un lado, para ocultar, lo que “favorece la impunidad del malandro”, pero
por otro lado sirve para influir y cambiar su personalidad, o encontrar
formas “de neutralizar su acción”. La distribución del poder,
argumenta, hace más manejable esa trama. Moreno cita los casos de Lima y
de Bogotá, donde se crearon más municipios y “bajó la violencia”. Esa,
aclara, “no es la solución total”, pero contribuye.
Igualmente incide la educación, que es eficaz como herramienta
preventiva pero que hay personas a quienes no las cambiará. Se deben
emprender acciones policiales, institucionales, pero “lo más importante
sería la reforma completa de la justicia”.
¿Cómo desarticular la subcultura? “Eso requiere tiempo, y ahí es
donde entra la difusión de valores, pero valores no solamente enseñados,
sino practicados”, con la muestra de lo que es la otra sociedad. El
problema, acota, es que “la otra sociedad” debe ser apetecible para
ellos. “Debe ser apetecible para desarticular esa otra microsociedad,
para que no tenga éxito y se muera por sí misma”. Pero también se debe
garantizar que esa subcultura no tenga acceso a armas ni a drogas. “Es
un trabajo completo, pero no ejercido por los ciudadanos comunes y
corrientes, sino por el Estado”.
EL ROL DE LOS MEDIOS
El crimen Spear-Berry puso en el tapete de nuevo la relación entre
delincuencia y medios de comunicación. Sobre este tema, Moreno subraya
que “algo tiene que influir”, pero precisa que una película violenta es
vista como una película por la población. “Cuando procesas la violencia,
no en el marco de la verdad, sino en el marco de la fantasía, se queda
como fantasía en la mayoría de la gente. Cuando algunos tienen
tendencias, les influye indudablemente. Uno sabe del malandro que ha ido
a ver tres o cuatro veces la misma película para ver cómo se dispara”.
Como investigador, acota que se han hecho mucho estudios “y no se ha
llegado a ninguna conclusión clara”, aun cuando “siempre hay una
sospecha”.
NO SON TANTOS PERO SU CAPACIDAD DE MUERTE “ES ASOMBROSA”
“Los malandros realmente activos en un barrio generalmente no pasan
de 5 o 6, 10 cuando mucho. En un barrio de 8 mil habitantes 10 personas
no es mucho. Es que la gente se cree que nosotros en Venezuela tenemos
infinidad de malandros. No es verdad. No son tantos los malandros. Lo
que pasa es que tienen una capacidad de muerte que es asombrosa. Tienen
las armas que quieren, no tienen consecuencias negativas porque hay
completa impunidad, tienen cómo moverse de un lado para otro. Tienen
todas las facilidades. El porcentaje de delincuentes asesinos que
nosotros tenemos no pasa del porcentaje de potenciales delincuentes de
este tipo que pueda haber en cualquier sociedad. Lo que pasa es que en
esas sociedades están controlados”.
“LA PENA DE MUERTE NO RESUELVE NADA”
Alejandro Moreno está en contra de la pena de muerte pero sabe que
esos vientos soplan fuerte en una parte de la sociedad venezolana.
“Desgraciadamente cuando suceden hechos como el de Mónica Spear y su
esposo, si preguntas si hay que poner la pena de muerte, más de 50% de
los venezolanos te va a responder que sí”.
-¿Por qué usted les diría que no?
-La muerte de alguien nunca será justa. Además, no es necesario,
para evitar el daño que cause una persona, matarla. Las instituciones y
las sociedades modernas pueden tener medios para controlarlos. Si la
persona está convertida en un criminal que se formó como tal, eso
requiere un control especial, que puede ser la cárcel pero realmente
cárceles. Nuestras cárceles son el mundo donde la violencia tiene su
asiento, su difusión, su producción y su expansión.
La pena de muerte, insiste, “es injusta, porque no hay derecho a
matar a nadie, sobre todo cuando se lo puede controlar”. Además, “la
pena de muerte no resuelve nada; de hecho, en los países donde hay pena
de muerte no ha disminuido la violencia, ni el eliminar la pena de
muerte la ha aumentado, de manera que la pena de muerte no es
eficiente”.
Moreno enfatiza que, por el contrario, la pena de muerte “puede
servir para algo muy malo”, que es “el descargar la venganza no
solamente de aquellos que son víctimas sino de la sociedad misma. La
sociedad aprende que vengarse es lo que tiene que hacer, que vengarse
es lo bueno, y eso difunde más violencia en el ánimo de la gran
población, de la gran masa. La pena de muerte es dañina para la
sociedad”.
El investigador entiende que esa sea la reacción, pero remarca que
la pena de muerte no es lo justo. Por el contrario, subraya que se
necesita control por parte del Estado.
T/ Vanessa Davies
F/ Avelino Rodrigues